miércoles, 11 de noviembre de 2009

Por una cabeza (con problemas).

Tuvo miedo de no gustarle, o de gustarle mucho, nunca se iba a poner de acuerdo consigo misma en ese punto.
Lo único que recordaba de él, era que tenía un caballo de carrera con dos amigos.
Habían estado hablando toda la noche, seduciéndose con palabras. Cuando él le pidió, al oído, que lo esperase que tenía que ir al baño, ella asintió sonriendo y lo vio alejarse. Acto seguido tomó su cartera y se fue del bar.
Al día siguiente estaba tan indignada con ella que no se podía ni hablar ni mirar al espejo. Repasaba como una película la conversación que habían tenido, tratando de recordar algún dato importante, pero sólo recordó el nombre del caballo: Ser cortés.
Decidió ir al hipódromo, buscar al pingo y encontrar al dueño.
Pero no resultó tan fácil como pensaba.
Vio caballos rápidos como rayos y jockeys livianos como plumas, vio hombres infartarse por apuestas imposibles, y también los vio llorar por carreras perdidas… Pero a él nunca lo vio.
Ya pasaron suficientes años, y aún así, ella sigue yendo cada domingo con la misma ropa que tenía aquella noche en el bar y la misma esperanza de encontrarlo. Al llegar, recorre con la mirada a los hombres en las gradas, en las mesas del bar, en los mostradores de apuestas y en los asientos frente a los televisores que pasan las carreras, latiéndole en la cabeza la frase que piensa decirle cuando lo encuentre:
No me tendría que haber ido cuando te fuiste al baño, tomamos un café?


Foto: Pablo Mekler.

3 comentarios:

Juan Santiago Lagos dijo...

Qué bar era?

Mekler dijo...

el bar mitzvá (chiste judio)

Torcuato Burone dijo...

Fantástico el cuento. Seguí dándole por ahí niña. Felicidad