viernes, 12 de septiembre de 2008

La próxima me arreglo con un paspartú.

Se llama Hortensia. Hace un año le dejé una lámina para enmarcar. Podrían inferir, a partir de lo dicho, que voy a hablar del tiempo que tardó Hortensia en enmarcar mi lámina, pero no. Ella hizo su trabajo en tiempo y forma. Tuvo la delicadeza de traerme el cuadro hasta la puerta de mi casa, y si hubiese podido hasta pasaba a tomar un café. Hortensia vive y trabaja en su casa, grande, inlgesa. Y tiene la costumbre de quedarse en la reja, regando o simplemente esperando a que yo pase para agarrarme de charla. Trato, pero a veces me olvido, de hacer otro recorrido y evitarla (a la charla y a Hortensia). Porque cuando me agarra, me tira de la lengua y es capaz de averiguar hasta cuándo tengo turno con el dentista. Lo curioso es que el peligro ya no se circunscribe a la puerta de su casa. Un domingo al mediodía, estaba yo esperando el colectivo cuando escucho “hola!”. Era ella. Y no es que se iba a tomar el 314 o el 59, me vio y fue a hablarme. En dos segundos averiguó dónde iba y qué iba a hacer. Hortensia me intimida y le cuento todo. Ese domingo, al pasar por su casa, de noche, no pude evitar mirar para adentro porque estaba iluminado y advertí que tiene muy recargada su sala, pero destacaba, sobre todo, un cuadro gigante de Juan Pablo Segundo apoyado como en un atril en el centro del lugar...
Repentinamente pensé en mudarme.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sabes cuanto te entiendo