martes, 12 de abril de 2011

¿Lo digo o no lo digo?

Hace unos años, creo que en la sala de espera de la depiladora, estaba hojeando una revista y me detuve en una nota a Edda Díaz (una vieja humorista). La parte de la nota que más me llamó la atención fue donde ella contaba una anécdota por la cual había perdido una amiga. No era que la amiga se hubiera muerto, sino que ella la perdió por decir algo, o mejor dicho, por no poder callarlo. Y me sentí completamente identificada con ese deber callar y querer decir. Edda le explicó a su ofendida amiga que la “escena” pedía ese remate, que por cómo venía la charla que estaban teniendo en esa reunión, era necesario que ella (Edda) dijera eso que dijo en ese momento! La amiga no lo entendió así, se ofendió y nunca más le habló. En mi caso, siempre ha ganado la discreción y la mesura ante posibles comentarios desternillantes, aunque ofensivos… nunca es con mala intención sino en favor de la escena que está transcurriendo! pero temo (o celebro?) que esta tendencia está empezando a revertirse… Sépanlo (y sepan disculpar).