lunes, 23 de noviembre de 2009

Aunque no lo veamos, el monstruo siempre está.

Cuando llegue ese día, tu sangre y mi llanto se mezclarán en el barro.
Tu boca inerte y tus ojos secos serán sólo eso.
Y reventaré tu corazón contra un muro.
Como una granada blanda cargada de pus.


Cubriré mi rostro por el hedor, y por la vergüenza.

Y cuando en mis entrañas empiece a trepar esa sombra severa, asfixiante y amarga, y esté ahogándome sin remedio, me vaciaré sobre tus restos, expulsando demonios.

Y tus huesos serán carcomidos por tu propio veneno.



Foto: Pablo Mekler.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Aiawer, o el encanto de inventar palabras en estado alpha.

En el Club Ciudad de Buenos Aires treinta mil personas y yo esperábamos el show de Calamaro con Ariel Roth. Pero hacer (si acaso fuera posible?) pogo cuando Los Tipitos tocaron Campanas en la noche resultó demasiado riesgoso para mi físico.
Salto, crack, desmayo, cruz roja, ambulancia, hospital.

Eran casi las doce de la noche y estaba en una desolada sala de espera del Pirovano. Hacía calor, ya había empezado diciembre, pero ahí todo me daba escalofríos.
Maru estaba en otro lado hablando con los traumatólogos, creo. Yo había recobrado la conciencia pero todavía estaba volviendo feliz y perezosamente de ese plácido lugar al que fui cuando me desmayé. El lugar más seguro del mundo. Era fascinante ese lento retorno en el que volvía flotando a acoplarme a mí misma, y no quería apurarlo y perderme detalles.
Mi pie izquierdo parecía estar desarrollando un anexo de sí mismo, una bola amorfa que se hinchaba velozmente le crecía en un costado. Me bajó la presión al verlo mutando. Desvié la mirada para no volver a desmayarme y vi entrar a una señora de unos sesenta años que caminaba con mucha dificultad, tenía magulladuras por todo el cuerpo, lloraba y decía “aya” lastimera y continuamente. Creo que se había caído por una escalera. Se sentó al lado mío y me rozó con su brazo (tuve que apurar la vuelta a la realidad porque el entorno se volvía hostil). Noté que había algo húmedo entre su piel y la mía, miré y era sangre. Me quedé inmóvil. Ella ni se percató, seguía sumida en sus lamentaciones. Enseguida la llamaron, supongo que por ser la más quejosa. Cuando se levantó, su brazo sangrón se deslizó sobre el mío dejando en él una estela roja. Yo seguía mirándolo como paralizada. En ese momento volvió Maru, yo la miré y sólo atiné a decirle: “aiawer”.
Por lo tanto, "aiawer" es una palabra que puede utilizarse en momentos de impresión y miedo, de desconcierto y alarma.

Foto: radiólogo del Pirovano.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Por una cabeza (con problemas).

Tuvo miedo de no gustarle, o de gustarle mucho, nunca se iba a poner de acuerdo consigo misma en ese punto.
Lo único que recordaba de él, era que tenía un caballo de carrera con dos amigos.
Habían estado hablando toda la noche, seduciéndose con palabras. Cuando él le pidió, al oído, que lo esperase que tenía que ir al baño, ella asintió sonriendo y lo vio alejarse. Acto seguido tomó su cartera y se fue del bar.
Al día siguiente estaba tan indignada con ella que no se podía ni hablar ni mirar al espejo. Repasaba como una película la conversación que habían tenido, tratando de recordar algún dato importante, pero sólo recordó el nombre del caballo: Ser cortés.
Decidió ir al hipódromo, buscar al pingo y encontrar al dueño.
Pero no resultó tan fácil como pensaba.
Vio caballos rápidos como rayos y jockeys livianos como plumas, vio hombres infartarse por apuestas imposibles, y también los vio llorar por carreras perdidas… Pero a él nunca lo vio.
Ya pasaron suficientes años, y aún así, ella sigue yendo cada domingo con la misma ropa que tenía aquella noche en el bar y la misma esperanza de encontrarlo. Al llegar, recorre con la mirada a los hombres en las gradas, en las mesas del bar, en los mostradores de apuestas y en los asientos frente a los televisores que pasan las carreras, latiéndole en la cabeza la frase que piensa decirle cuando lo encuentre:
No me tendría que haber ido cuando te fuiste al baño, tomamos un café?


Foto: Pablo Mekler.

martes, 3 de noviembre de 2009

Bondineses.

Cuando estoy sentada en el colectivo en un asiento de dos con otra persona al lado, sea hombre o mujer, y se desocupa un asiento de uno, y esa persona sale lanzada cual cohete a ubicarse en el lugar que quedó vacío, me siento mal, me pregunto qué le hice para que me deje así…