lunes, 29 de septiembre de 2008

Fulano y Mengano te han agregado como amigo en su lista.

No seré la primera ni la última en abordar el tema facebook, no seré la más aguda ni la más esdrújula, no pretendo llegar a una conclusión que dé pie a una teoría sociocultural de nuestra época.
Dicho lo cual, me voy a despachar con lo que pienso (hoy).
Las personas que formaron parte de nuestra cotidianeidad en determinada etapa de nuestra vida (que gracias a Dios ya dejamos atrás) de pronto irrumpen más de diez años después y casi como un efecto cadena van sumándose a la mal llamada lista de amigos.
Personas de las que no tuve más noticias, básicamente por falta de interés de ambas partes en mantener el contacto.
Si cada individuo que conocimos en algún momento va a volver a nuestra vida en forma de fotito, ya sea de sí misma o de sus hijos, mascotas, parejas o ídolos, más un mensaje del tipo, qué hacés tanto tiempo? En qué andás? Sabés algo de tal o cuál?
Si esto va a ser así, mi fobia va a trascender el vivo y el directo para instalarse también en el espacio virtual. Podrán decirme que uno tiene la ilbertad de elegir a quién agregar y a quién no, pero ¿cómo le digo que no a la que se sentaba al lado mío en segundo año? Y ni hablar de cuando me llegó la solicitud de mi jefa... aceptar fue un acto reflejo, casi de supervivencia diría yo. A partir de entonces trato de desetiquetar todas esas fotos indecorosas para que no lleguen a sus ojos porque NO DA, y trato de no curiosear demasiado en su perfil porque NO DA.
Es complejo esto de facebook, porque lo rechazo pero formo parte, porque lo defenestro pero lo uso, porque a lo mejor un día te agrega ese que le cortaste el rostro y podés subsanar tu mala conducta...
En fin, respeto a los que se ufanan de no estar en facebook porque intuyo que en breve seré la más radical de las conversas.

Y una cosa más... qué necesidad tienen de etiquetar fotos?! etiquétense el c***!

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La vida es una moneda.

Treinta y monedas, una hora y monedas, no llegué pero por monedas... hasta ahora ser moneda era algo que venía a completar, a acompañar lo realmente importante. Sin embargo, por la coyuntura que vivimos, la moneda ha pasado a ser el objeto más preciado y esquivo de las transacciones comerciales de todos los días. Te puedo dar caramelos? No tenés diez así te doy nueve? Más chico nada? Frases que escuchamos hasta el hartazgo, como esos viles carteles que cuelgan en los bancos: no hay monedas. Antes, ver diez centavos en alguna hendija o advertir veinticinco centavos semi sumergidos en el agua podrida del cordón, no era gran cosa, ahora puedo asegurar que es la señal de que Dios existe, de que la suerte está de nuestro lado y que deberíamos ir directo al casino porque llevamos las de ganar. Revisamos hasta los bolsillos de la ropa de verano buscando ese redondo tesoro. Las propinas en los bares o “lo que pueda” que nos piden por la calle para la leche o el vino ahora se dan de a dos pesos porque valen menos que uno. Si hasta he llegado a observar que dos amigos tiraban una moneda para decidir algo, y mientras giraba en el aire uno la manoteó y se fue corriendo. Por eso creo que si esto continúa, habría que ir pensando en reformular las frases hechas donde a la moneda se la ningunea, se la subestima o se la trata de poca cosa.

viernes, 12 de septiembre de 2008

La próxima me arreglo con un paspartú.

Se llama Hortensia. Hace un año le dejé una lámina para enmarcar. Podrían inferir, a partir de lo dicho, que voy a hablar del tiempo que tardó Hortensia en enmarcar mi lámina, pero no. Ella hizo su trabajo en tiempo y forma. Tuvo la delicadeza de traerme el cuadro hasta la puerta de mi casa, y si hubiese podido hasta pasaba a tomar un café. Hortensia vive y trabaja en su casa, grande, inlgesa. Y tiene la costumbre de quedarse en la reja, regando o simplemente esperando a que yo pase para agarrarme de charla. Trato, pero a veces me olvido, de hacer otro recorrido y evitarla (a la charla y a Hortensia). Porque cuando me agarra, me tira de la lengua y es capaz de averiguar hasta cuándo tengo turno con el dentista. Lo curioso es que el peligro ya no se circunscribe a la puerta de su casa. Un domingo al mediodía, estaba yo esperando el colectivo cuando escucho “hola!”. Era ella. Y no es que se iba a tomar el 314 o el 59, me vio y fue a hablarme. En dos segundos averiguó dónde iba y qué iba a hacer. Hortensia me intimida y le cuento todo. Ese domingo, al pasar por su casa, de noche, no pude evitar mirar para adentro porque estaba iluminado y advertí que tiene muy recargada su sala, pero destacaba, sobre todo, un cuadro gigante de Juan Pablo Segundo apoyado como en un atril en el centro del lugar...
Repentinamente pensé en mudarme.